miércoles, 30 de septiembre de 2020

NO LO BUSQUÉ

A MI ESPOSO PERNANDO AL QUE CONOCÍ CON QUINCE AÑOS Y ÉL VEINTE. Tu pérdida anuló mis pensamientos. La soledad que me espera arrasa mi corazón que ha dejado de latir. Tanto sufrimiento para llegar al sinsentido de mirar el presente. No existe el presente, y aún menos un futuro. Porque con tu macha te has llevado todo mi ser. NUNCA TE OLVIDARÉ La iglesia estaba a tope, sonaron los aplausos, el cura me felicitó. No lo busqué. Fueron palabras nacidas del corazón. Nada más.

martes, 1 de septiembre de 2020

MENTIRAS QUE DEJAN HUELLA

MENTIRAS QUE DEJAN HUELLA Los científicos, así como los que estudian el comportamiento de la especie humana, afirman la importancia que tiene la educación, la cultura y la ética en el modo de actuar de cada uno de nosotros. Líbreme el cielo, si lo hubiera, poner en duda tales afirmaciones por las inseguridades que me son propias. Ignoro si es preciso disponer de estos tres condicionantes para que el individuo actúe correctamente, supongo que sí, pero, permítanme acogerme a la ética. Hablo de mi forma de sentir y pensar, que espero no me dejen tirada como a una colilla hasta que el boli patine en mis manos y sin más preámbulos cierre mis ojos. Debido a mi comunión con la ética, no soporto la mentira, la altivez con el que menos tiene ni el engaño ruin al desvalido. Hasta no hace tanto, en el transporte público los jóvenes se apresuraban a dejar el asiento a los mayores. En la actualidad te desafían y, con voz desabrida, te indican que guardes las distancias. Se creen que los mayores les infectamos y, pobres, ni reparan que es la juventud incívica y poco solidaria la que no duda en irse de juerga, compartir botellón y mandar a la puñeta a sus mayores. En un santiamén, no pocos se han olvidado de los abuelos/as que les han tendido una mano cuando era menester. Qué en su generosidad, no han reparado en sacrificar su propio bienestar, con tal de que ellos crecieran sanos y fuertes y, si acaso, lucieran una prenda de marca. Hemos vivido y malvivido en la mentira. Los que no hace tanto llegaron a la política prometiendo el oro y el moro, una vez consiguen su acomodo, es decir: un suculento sueldo, guardias de seguridad que les guarde las espaldas, lo que menos les preocupa es el cuidado de los que lo han dado todo por nosotros. Les estorbamos, les incomodamos, hay que dejar paso a la nueva juventud. Mis condolencias a los que han creído que el maná venía del cielo para restañar la desazón de atropellos ya cronificados. Pues no, porque el maná no existe y la mentira campea entre nosotros entre personajes que se creen con derecho en el ordeno y mando. Y hágase “mi voluntad”, quiero decir, la de ellos. Pero la mentira se ha instalada entre nosotros como pinocho en sus mejores tiempos. “Las residencias de nuestros mayores están atendidas con total pulcritud. Incluso sobra personal para ayudar a otras más necesitadas”, escucho afirmar sin el mínimo sonrojo. Perfecto. Nada se dice de qué los mayores se están muriendo en total desamparo. No tienen medios para atenderles, el personal se está infectando. Es la hora del sálvese quien pueda. Parece que, por su edad y con problemas físicos, psíquicos o ambos, a los residentes les estaba vedado el acceso a los hospitales públicos. Eso sí, los ancianos que disponen de seguros privados, sí fueron acogidos en hospitales privados. Para los demás, no había material para todos, confínense ustedes que ya vamos sobrados de escuchar historias para no dormir en una década. A buenas horas se airea que el 70/% de los fallecidos son de las “pulcras” residencias de personas desvalidas. Y yo que me creía a salvo cuando a mis oídos llegó que mi sueño estaba asegurado, y el suyo también, faltaría más. Graso error. En donde dije digo, he de decir diego, y sanseacabó. ¿Que todo quisque ha de estar en perenne vigilia, y el que no esté contento que se tome una pastillita y a dormir? Pues claro, aunque a mis ojos se presenta más que nublado. Posiblemente el problema sea sólo mío dado que el debate de los unos contra los otros y viceversa, no invita al sosiego. Más parece puro y duro cainismo en la que no se atisba soluciones para nadie que no sean sus propios intereses, ignoro si confesables o inconfesables, no vayamos a salir corriendo y, cuando llegue el día señalado, se queden si tan preciado voto, en este caso, no harán ascos a nadie con tal de que vayamos a depositar en la urna, nuestra tarjetita. Los mandatarios, habrán estudiado mucha letra, leído muchos libros, tendrían acceso a una cultura de la que los demás carecemos, pero, no han aprendido algo tan sencillo como predicar con el ejemplo. Insultos barriobajeros. Descalificaciones al contrincante que han de batir. Ni una sola propuesta a las necesidades del pueblo. Ni un adarme de empatía se atisba ante la penuria que acecha a los de siempre, aunque sólo fuera para mitigar la zozobra de un pueblo que les está manteniendo a cuerpo de rey. Sólo les mola perpetuarse en su acomodo aún a costa de instalarse en la mentira. Luisa Méndez Fdez

viernes, 30 de marzo de 2018

DESPUÉS DE TU AUSENCIA

No he visto la cercanía de tu ausencia. Justo es decir, que me negué a verla. Hasta que tú pérdida arrebató mi existencia. De nada han servido mis lágrimas ni la angustia que amenaza devorarme. Te has ido, sin tan siquiera despedirte. Se ha ido, la dicha de compartir las reuniones familiares o el café que preparabas con esmero. Quebrada mi esperanza de volver a abrazarte. De una vez más decirte un… Te quiero. Incapaz de pensar, de mirar al mundo. Después de tu ausencia… Nada hay. En memoria a mi hermana Ceci.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

COSAS DE LA TENSIÓN

COSAS DE LA TENSIÓN (n`Asturianu, 2º premio Horru 2015) (Para todos los públicos en ahora en castellano) Después de nueve horas de jornada laboral, soportar las monsergas de mi jefe: que si él lo entiende pero los tiempos son los que son y no puede asumir más coste de seguro que el de una media jornada… A buenos tiempos voy a creer en historietas de medio pelo, como si no supiera que no tiene otro afán que el de ahorrar los cuartos. Poco le importa el cansancio de sus trabajadores con tal de que el trabajo siga para adelante. Llego a casa con la necesidad de un buen remojón bajo la ducha y, acto seguido, dejarme caer en el sofá y, sanseacabó. Si a Juan le apetece cenar algo especial, que se ponga a ello o que eche mano a un pedazo de pizza. Qué más puedo hacer, si no me aguanto ni a mí misma. Juan, mi esposo, el amor de mi vida, es comercial. Se pasa la vida de un lugar para otro y además tiene que soportar a su jefa, Mariola, incansable en sus amenazas. De nada sirve que él enarbole sus razones: ¿Qué importa si la gente tiene hambre si lo que falta es dinerillo para comprar? Mariola hace oídos sordos, sólo le interesan los números tocantes y sonantes y no la palabrería de sus trabajadores. Está visto que es muy exigente y creo que bastante lagartona, se pasa el día protestando: que si la empresa va de mal en peor, que la única alternativa va a ser prescindir de algunos holgazanes, y que el no esté conforme, pues ya sabe, su puesto pronto se lo rifarán un buen puñado de paraditos, y hasta por menos dinero, sí lo sabrá ella. El pobre está desesperado y con la tensión por las nubes. De ninguna de las maneras puedes seguir así, Juan —le digo algunas veces cuando llega a casa de madrugada, mientras le masajeo delicadamente las sienes—. Tienes que plantar cara a tu jefa, ¡caramba!, si no hay ventas, no hay ventas, ¿qué puedes hacer tú, cariño, si la economía es la que es? En algunos momentos a mí esposo no le queda aliento ni para contestar. Se deja acariciar mientras se queda dormido como un bendito. La verdad es que yo también vivo en tensión y preocupada por su salud. Esto va por mal camino, aunque procuro no trasmitirle mis preocupaciones, bastante tiene él con las suyas. Nada más abrir la puerta de la casa, veo con asombro que todas las luces están encendidas. — Juan —digo, alzando la voz—, que no podemos pagar tanto despilfarro, cariño. ¿Tienes dificultad con la vista, Juan? Apago la luz del pasillo pero, al pasar por la cocina, me doy cuenta de que algo muy serio ha tenido que pasar porque todo está revuelto. ¡Dios! ¿Acaso los ladrones no saben que aquí no hay nada que robar? —Juan, por dios, ¿qué ha pasado? —pregunto a gritos. De pronto, un sonido extraño me llega desde el salón. Con el miedo metido en el cuerpo, me acerco de puntillas. Veo a Juan y tal parece que su respiración resuena en toda la estancia como la de un toro herido. Tirado sobre el sofá, lo miro con el corazón sobrecogido. Pobre Juan, los puños prietos, como si estuviera en medio de un ataque de nervios. ¡Ay!!!! Estoy segura de que esto es cosa de la tensión. ¿Y si estuviera en las últimas…? Mareada, marco emergencias: que mi esposo está mal, muy mal —grito con todas mis fuerzas—. No, no miré si respira, vaya lo que pregunta esta gente, digo para mí—. Dense prisa, por favor. Sin saber qué hacer, me dejo caer de rodillas ante la Santina. Entre ambos, la pusimos en un rinconcito del salón. En ese momento, éramos felices. Después, llegaron los problemas económicos, las exigencias en el trabajo; el esclavista de mi jefe; Mariola, trayendo a mi Juan por la calle de la amargura. Pobre Juan, estoy por asegurar que algo muy gordo le ha tenido que pasar. Los sanitarios y el médico llegan en un santiamén. El doctor le abre los ojos y la boca hasta las amígdalas. Las manos de Juan siguen apretadas, que más parecen garras. Algo le pone el médico debajo de la lengua y Juan comienza a despabilar. Estoy mareado —dijo—, ¿qué hace esta gente aquí? —Debió ser una subida de la tensión, cariño, los llamé yo, vaya susto, bien pensé que te habías muerto. El doctor decide que lo más prudente es llevarlo al hospital para hacerle un estudio más a fondo, con esas cosas hay que tener cuidado. Al pasarlo para la camilla, la mano de Juan, cerrada hasta ese momento como si tuviera un candado, se afloja. Entonces, el médico cogió de aquella mano un papel... —Por si eso tuviera algo que ver con la tensión, señora —dice el médico— léalo rápido, no tenemos tiempo que perder. Sin saber qué decir, cogí el papel… Es una carta impregnada en un perfume que marea. Con mano temblorosa la desdoblo. Está escrita con letra firme. Mariola, la jefa de mi esposo, lo ha puesto en la calle…, nada dice sobre lo difícil que está eso del comercio ni que las ventas estén por los suelos, sólo que, se ha enamorado de un joven maromo, mucho más potente en la cama que él. Luisa Méndez